El Cehegín de la Edad Moderna era un
mundo donde la violencia campaba a sus anchas, en un sentido prácticamente
literal. Ya hemos comentado en alguna ocasión, en este blog, que las oligarquías
controlaban en defensa de sus intereses la política local y la economía. Ello
incidía en que la justicia, como tal, durante periodos muy extensos entre los
siglos XVI y XVIII prácticamente fuese una falacia, como se puede demostrar a
través de la documentación de la época. Las oligarquías se aliaban en clanes
familiares en torno a la familia de más poder, y con ellas vivían en régimen de
clientelismo otras tantas familias menores, que obtenían beneficio viviendo a
la sombra de éstas. Ello provocó que hubiese varias facciones enfrentadas entre
sí. Sabemos perfectamente que a mediados del siglo XVII era cosa común que los
muertos anuales superaran, por estas causas los 15 o 20, y todo ello venía
marcado por una impunidad absoluta. Era cuestión común que a alguien le diesen
en su propia casa o en la calle dos tiros y no sólo no se investigara, sino que
los atacantes pasearan tranquilamente al amparo de esa dicha impunidad. Incluso
a personajes acusados y reclamados por la Real Chancillería
de Granada no se les detenía y hacían una vida absolutamente normal. Era el ver
y callar. Durante toda la Edad Moderna
fallecieron muchísimas personas por las banderías y entre ellas varios alcaldes
ordinarios y regidores del Concejo. Incluso durante las épocas en que fue
necesario que hubiese un alcalde mayor para controlar estos delitos (hay
constatada presencia en determinados periodos, más o menos largos, en los siglo
XVI, XVII y XVIII) el nivel de violencia no desapareció. Es famosa la rivalidad
histórica entre la familia Carreño y Fajardo durante los siglos XVI y XVII,
fundamentalmente en el XVII. No obstante había varias facciones que como
parientes o amigos se entrelazaban en lazos clientalares, como hemos dicho, creando
un ambiente “mafioso” en el más puro sentido de la palabra. No había ni Ley ni
Rey. Aquí mandaban ellos.
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